¿Y si te dijera que los zombis no son ciencia ficción?

Hormiga de la especie Camponotus atriceps durante la “sujeción de la muerte”. Los pompones blancos son el parásito (Ophicordyceps) saliendo de la cutícula de la hormiga. Fotografía de Alex Wild.

Hormiga de la especie Camponotus atriceps durante la “sujeción de la muerte”. Los pompones blancos son el parásito (Ophicordyceps) saliendo de la cutícula de la hormiga. Fotografía de Alex Wild.

En los bosques tropicales las hormigas carpinteras (Camponotus sp.) tienen que andarse con mil ojos. Normalmente hacen su vida en la copa de los árboles pero, de vez en cuando, no les queda otra opción que aventurarse y bajar a la hojarasca para buscar alimento. Y esta excursión puede ser mortal.

Si una espora del hongo Ophiocordyceps unilateralis les cae encima, ingenuas, la llevan consigo sin darse cuenta. En algún momento, esta espora germina y penetra la coraza de la hormiga. Una vez dentro del cuerpo comienza a multiplicarse, invadiendo a su huésped rápidamente. La víctima, ajena a lo que está sucediendo en su interior, sigue con su rutina habitual. Pero, pasados unos días... Empieza la pesadilla. Poco a poco va perdiendo el control de su propio cuerpo, comienza a caminar en zigzag y termina sufriendo convulsiones que le hacen caer al suelo, impidiéndole regresar a la seguridad de su hormiguero. Ya no es una hormiga: es un zombi.

Siempre al mediodía, y en contra de su instinto, que la llevaría de vuelta a la copa de los árboles, la víctima, controlada por Ophiocordyceps, escoge una hoja a unos 25 cm del suelo en la zona nor-noroeste de una planta. Ni más arriba, ni más abajo; ni más al norte, ni más al sur. Tras alcanzar la vena central en la zona ventral de la hoja, la muerde (en un gesto conocido como "la sujeción de la muerte") y queda colgando. En ese momento sus mandíbulas se atrofian evitando que pueda soltarse. Poco después muere.

Es entonces cuando el hongo comienza a abrirse camino a través de la cutícula de su víctima. Dos días después de matar a su huésped, forma una especie de tallo que sale de la hormiga por la cabeza. Este tallo dará lugar a una especie de saco donde se desarrollan las esporas del hongo. Una vez maduras, éstas son propulsadas sobre las inocentes hormigas que caminan bajo esa planta y que acabarán, irremediablemente, siendo la siguiente generación de zombis.

Efectivamente, algunos parásitos, como Ophiocordyceps, han evolucionado la habilidad de manipular el comportamiento de sus huéspedes para su propio beneficio, transformándolos en zombis. Y de verdad decimos zombis, porque aunque la víctima puede parecer una hormiga, en realidad su comportamiento es el del hongo.

Hormiga obrera de la especie Camponotus femoratus infectada por el parásito Ophiocordyceps lloydii var. binata, anclada en la parte ventral de una hoja (presumiblemente en la zona nor-noroeste de la planta). Fotografía de Alex Wild.

Hormiga obrera de la especie Camponotus femoratus infectada por el parásito Ophiocordyceps lloydii var. binata, anclada en la parte ventral de una hoja (presumiblemente en la zona nor-noroeste de la planta). Fotografía de Alex Wild.

Al parásito le interesa manipular a su huésped de forma muy precisa porque esto aumenta su posibilidad de multiplicarse y reproducirse. Y para conseguirlo ha desarrollado una batería de estrategias de lo más ingeniosas.

Las hormigas son famosas en el mundo animal por tener comportamientos bastante complejos para reducir la transmisión de enfermedades. Por ejemplo, si encuentran a una compañera muerta, rápidamente la cortan en pedazos y sacan el cadáver del hormiguero. Otras veces, si detectan algún individuo enfermo lo matan para evitar que la enfermedad se extienda y así proteger al resto de la colonia. Es por esto que Ophiocordyceps necesita pasar desapercibido y así tener suficiente tiempo para multiplicarse y manipular a su huésped antes de que en el hormiguero se percaten del peligro. Emilia Solá y colegas, de la Universidad de Pensilvania, han demostrado que las hormigas carpinteras no son capaces de detectar la infección por Ophicordyceps en sus compañeras de hormiguero y no sólo no las matan, sino que las siguen alimentando como si nada. Minipunto para el parásito, que consigue pasar de incógnito.

Las condiciones ideales para el desarrollo de Ophiocordyceps no son aquellas en la copa de los árboles donde viven las hormigas carpinteras. Ahí hace demasiado calor y hay poca humedad. Tampoco lo son las de la hojarasca donde la humedad es demasiado alta y la temperatura demasiado baja. Supones bien: a 25 cm del suelo, donde la humedad es perfecta, y debajo de una hoja, donde no les da el sol, este parásito está en su salsa. Por qué prefieren una hoja al nor-noroeste, sigue siendo un misterio. Lo que sí sabemos, gracias a los experimentos de Sandra Andersen, es que si pones una hormiga infectada y ya muerta en el suelo, desaparece (probablemente comida por algún otro animal o arrastrada por el agua de lluvia). Si la pones a más de 25 cm sobre el suelo, el hongo no crece. Gracias a que Ophicordyceps es capaz de manipular el comportamiento de la hormiga, acaba exactamente donde quiere: ahí donde puede reproducirse. Otro minipunto más para el parásito.

¿Pero cómo consigue un hongo controlar el comportamiento de una hormiga de forma tan específica? Durante varios años se pensó que lo hacía invadiendo físicamente el cerebro de su huésped. Sin embargo, hoy sabemos que no es así. La realidad es bastante más terrorífica.

Las células del hongo que se han ido multiplicando invaden toda la cavidad corporal de la hormiga, incluida la cabeza. Estas células comienzan a colaborar entre ellas y van uniéndose formando una red muy densa que va introduciéndose entre las fibras musculares de la hormiga. Algunas células de la red entran en contacto directo con las células musculares, presumiblemente para alimentarse de ellas y transportar los nutrientes a través de este entramado y compartirlos con el resto de células del hongo.

Curiosamente, el único órgano que el parásito no invade es el cerebro. Pero que siga físicamente intacto no significa que no se vea afectado por la infección. De hecho, los científicos han observado que el hongo segrega un cóctel de toxinas cuando encuentra tejido cerebral de la hormiga, aunque el efecto de estos compuestos se desconoce todavía.

Hormiga obrera del género Camponotus durante la “sujeción de la muerte”. El hongo Ophiocordyceps unilaterales ya ha formado el tallo y el órgano en el que almacena sus esporas. Fotografía de Alex Wild.

Hormiga obrera del género Camponotus durante la “sujeción de la muerte”. El hongo Ophiocordyceps unilaterales ya ha formado el tallo y el órgano en el que almacena sus esporas. Fotografía de Alex Wild.

Puede que te preguntes cómo es posible que las hormigas carpinteras no hayan evolucionado alguna forma de evitar el ataque de Ophiocordyceps. ¡Buena pregunta! Lo cierto es que es bastante infrecuente que estas hormigas caminen por el suelo de la selva, por lo que las oportunidades que tiene el parásito de infectar alguna hormiga despistada son bastante escasas. El grupo de investigación de Hughes ha calculado cuántas hormigas por nido mueren al mes debido a este hongo: catorce. (¡Poquísimas!) A pesar de que todos los hormigueros estudiados tenían individuos infectados, parece ser que pueden prescindir tranquilamente de esas catorce pobres almas. Es decir, este hongo no mata suficientes hormigas como para que éstas tengan prisa por evolucionar estrategias defensivas. En jerga científica: la presión selectiva o evolutiva no es suficientemente alta.

Ophiocordyceps no es el único parásito que ha evolucionado estrategias para controlar la mente de sus huéspedes. Existen parásitos que fuerzan a algunos grillos a ahogarse en agua. Algunas avispas utilizan cucarachas como casas-alimento vivientes para sus crías. Y el protozoo Toxoplasma gondii hace que las ratas pierdan el miedo e incluso se sientan atraídas por los gatos.

¿Acaso pensabas que los zombis eran una fantasía? En la naturaleza, la realidad siempre supera a la ficción.